Ecolectivo Nevados

por Comunicaciones

“El Volcán Nevado del Ruiz nos llena de orgullo con su presencia y belleza. Imponente nos recuerda que la naturaleza que requerimos nos alberga sin necesitarnos, que es benigna y terrible como el Dios de la biblia, los dioses del Bhagabad-Gita o la gran diosa Azteca Coatlicue. En él, al igual que en el cosmos que lo trasciende no hay tiempo, tampoco dioses humanos que puedan someterlo, administrarlo, anticiparlo (ciencia), apropiarlo o gobernarlo; apenas quizá nuestro oficio primordial y efímero sea el vivir, cuidar y cuidarnos de querer ser dioses de una partícula mínima del universo llamada planeta Tierra, hasta cuando los dioses de la naturaleza lo dispongan.”

El Ecolectivo Nevados se entiende como una red conversacional sobre cosmovisiones y valores socioambientales en la cual coinciden, por confianza, apoyo y estima recíproca, varias personas que realizan iniciativas con criterio socioambiental, con un alto grado de diversidad y un bajo nivel de formalidad, aliados por tres frases simples: «yo estoy haciendo esto», «¿qué podemos hacer en conjunto?» y «cuando conversamos para coordinar». Somos precavidos al manejar dinero, lejanos de la instrumentalización política y cuidadosos del ego. Somos poco ANTIS y mucho PRO, pensando con Brecht: «La mejor crítica a un río es construirle un puente». Nuestra prioridad es construir ciudadanía, comunidad y humanidad, modulados con la totalidad natural.

El área de influencia del colectivo está delimitado arbitrariamente, como todas, alrededor de un eje central: la vía Cambao-Manizales de 156 km de longitud, que atraviesa de Oriente a Occidente el Norte del Tolima y conecta esta región de manera directa con el Eje Cafetero, desde del río Magdalena hasta el Nevado del Ruiz, abarcando un gradiente de elevación de la vertiente oriental de la Cordillera Central, que va de los 240 msnm al Oriente en el río Magdalena hasta los 4.000 msnm en el Complejo de Páramos Los Nevados limitando con el PNN Nevado del Ruiz.

Esta geografía se está abordando de forma progresiva y en escala descendente, iniciando por Murillo, Villahermosa, Líbano, Santa Isabel, pasando por Lérida, Venadillo, Armero Guayabal y Ambalema (Figura 1). Quizá suponiendo, como en los cauces de agua, que su limpieza debe empezar desde las partes altas. Asimismo, pensamos que los procesos de equidad social y el grueso del esfuerzo social (recursos públicos) deben priorizar la periferia y llegar de a poco a los centros, porque en la periferia se aloja buena parte de la naturaleza valiosa y los potenciales productivos del corredor.

Además:

  • Porque allí prosperaron nuestros abuelos, con mula y sin celular, pero no pudimos proteger a los que quedaron de las violencias, el abandono y la marginalidad. Lo cual constituye una inmensa deuda social y moral. Propendemos por naturalezas cuidadas y sociedades justas, así no se remodele el parque central cada cuatro años. 
  • Porque de igual forma, los centros poblados van arrojando a sus bordes y zonas de alto riesgo un número cada vez mayor de personas que ni siquiera están regidas y menos protegidas por «el orden legítimamente constituido»; y porque,
  • Para una sostenibilidad real, no basta con garantizar recursos perpetuos a una economía que expira depredación y desigualdad, porque, por simple lógica, las personas más excluidas y desde las áreas más marginadas emergen las tensiones que hacen impresentable e invivible una sociedad que sueña ser «próspera, eco turística y productiva». Dice un proverbio africano: «el niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto quemará la aldea para poder sentir su calor».

Para la comprensión de este espacio humanizado, omitimos deliberadamente el empleo de términos como «territorio» (geografía tatuada por el poder), «región» (territorio regido por) o «provincia» (región vencida), por remitir históricamente a acciones de guerra, conquista y dominio que posteriormente derivan en discursos de verdad, orden y ley inicialmente descendentes, pero que después son reclamados o ejercidos a su manera por un grueso de la población que empieza a identificar las prácticas de vigilancia, moralización y castigo como formas de lucro altamente rentables y susceptibles de caer en la informalidad al interior de las instituciones o en la calle.

En consecuencia, y recordando la gran cantidad de inconvenientes que trae el intentar representar u oficiar a nombre de Dios, la ciencia, el pueblo, la historia o las instituciones «legítimamente constituidas», apenas si pretendemos ser ciudadanos «libres y deliberantes», dispuestos a conversar y cooperar alrededor de los asuntos públicos, sin aquellas pretensiones de objetividad o neutralidad que ocultan el querer ser jueces o fieles de toda balanza, sino quizá todo lo contrario, desde la plena conciencia de nuestra subjetividad y de la subjetividad propia de las instituciones y de la naturaleza, que justamente nos erige a todos y a la totalidad como sujetos de derechos y no exactamente como el objeto de otros que se enuncian sujetos.

Ahora bien, pensamos que la acción colectiva solo es posible cuando se fundamenta en la armonización entre múltiples subjetividades (las del yo, las de los otros, las de las instituciones y las de la naturaleza). Es decir, cuando esta pluralidad de subjetividades puede recrear y crear mitos que le confieren sentido, valor y orden a cada quien y a la vida social en la totalidad de lo natural. Por ello, el mito como armonizador de subjetividades no es exactamente un error perpetuo, sino más bien un acierto histórico provisional. Como bien lo expone Harari (2019), cada época de la humanidad está marcada por mitos estructurales. En particular, todos los municipios se cimientan en un mito. Por ejemplo, Armero, ciudad blanca… y otros dicen de matacuras, lo que explicaría la prosperidad o la avalancha. Líbano, ciudad de torres blancas… y otros dicen: ciudad de libres pensadores, lo que explicaría la violencia o la prosperidad intelectual.

En resumen y a manera de hipótesis, en el Ecolectivo Nevados se requieren más mitos articuladores, animadores y organizadores de la vida social que plata y tecnología. Quizá lo mismo opine el niño con iPhone o tenis de marca, pero triste y solitario. Quizá comparta este supuesto quien vio pesar los costales de billete verde con romanas en pueblos violentos retorcidos e invivibles, o los consumidores de fentanilo en las glamurosas calles de Hollywood, o quienes llevan 200 años esperando que esta Ley sí cambiará todo, o el próximo gobierno sí…, desestimando el valor de la cultura y de cada ciudadano que la asume en la vida pública enriqueciéndola.

Por ello nuestra defensa de los mitos y de su inmenso valor, recordando a Franckfurt (1.979), cuando afirma: “Los antiguos, vieron siempre al hombre como parte de la sociedad y a ésta como inmersa en la naturaleza. El dominio de la naturaleza no se distingue del dominio de lo humano…A diferencia del conocimiento científico que explica a partir de la distinción entre un sujeto y un objeto, desde una pretendida relación de indiferencia,  la relación de yo a tu transcurre entre un juicio activo y la acción pasiva de sobrellevar una impresión; entre lo intelectual y lo emotivo, lo articulado  lo desarticulado….El mito es una forma poética que trasciende la poesía al proclamar una verdad; es también una forma de razonamiento que trasciende la razón, ya que necesita poner en práctica la verdad que proclama; es una forma de acción, de comportamiento ritual, que no encuentra su realización en el acto, sino que debe proclamar y elaborar una forma poética de su verdad”.

Sin estos mitos, la ciencia o la política, que cada vez se confunde más con los credos económicos, serían fuerzas ciegas y descontroladas que solo conducen a la barbarie. De ahí que la sustentabilidad de lo natural-social pase necesariamente por el ejercicio pleno de la subjetividad en altas condiciones de diversidad en las formas de obrar, sentir y pensar. No de otra manera estaríamos hablando de sujetos de derecho. Dicho esto, ¿Cuáles serían los mitos configuradores de un paisaje cuidadoso, equilibrado y justo?

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